sábado, noviembre 15, 2014

LA BENDICIÓN DEL AGUA



Al final de cada hoja-cuenca escurría un universo de agua
FOTOS DE HOY

 
 
  
 
 
 
 
 
 

Sí: en el mismo lote de las fotos de arriba


EL POLINIZADOR

Volando sobre el Amazonas
Noviembre 9, 2014
 

sábado, noviembre 01, 2014

LA INTELIGENCIA DE LAS FLORES (Presentación a la edición colombiana)


En 2006 Santiago Mutis me hizo el honor de invitarme a escribir esta Presentación para la edición de "La inteligencia de las flores" que en ese momento estaban preparando la Fundación Domingo Atrasado y el Taller de Edición Rocca. Esa edición del libro se publicó en Bogotá en Diciembre 2007


“PROEMIO DE LOS EDITORES”

LA INTELIGENCIA DE LAS FLORES” es un libro pagano, en el mejor y más profundo y vital sentido de esa palabra, cuya etimología, del latín: pagus, quiere decir “campo”.  

Esta, al igual que otras de las obras de Mauricio Maeterlink (1862-1949), un abogado belga que dejó de lado la profesión para dedicarse a la escritura, bien puede considerarse uno de los libros sagrados de ese nuevo paganismo panteísta que identifica a Dios con la Naturaleza, y que considera la inteligencia humana como una de las múltiples expresiones de una inteligencia difusa que también se expresa en otros seres y en otros procesos.


Y sí: la obra es “moralista”, como afirman algunos de sus estudiosos, por cuanto propone implícita y explícitamente una posición ética –incita a asumir un compromiso ético- frente al fenómeno de la Vida, del cual también los seres humanos somos parte. Posiblemente no haya sido accidental que este libro se hubiera publicado por primera vez en inglés con el título “Life and Flowers” (“La Vida y las Flores”) que, en mi concepto, describe mejor que el original las pretensiones y los alcances del texto.

Hoy diríamos que ese nuevo paganismo es “deep ecology”: “ecología profunda” que precisamente busca la comprensión de la esencia de los procesos del cosmos y nuestra identificación con esos procesos, de lo cual se deriva necesariamente una ética de reverencia práctica hacia la vida en todas sus escalas, manifestaciones y formas.

No en vano los críticos definen la obra de Maeterlinck como una fusión de misticismo y simbolismo, en la cual “describe objetos inanimados, bosques, cuerpos de agua, cavernas, castillos o piedras preciosas, pero de las cosas vivas ve fundamentalmente el alma, mientras los cuerpos se convierten en realidades nebulosas” que de alguna manera constituyen condensaciones –diría yo- de lo que este autor denomina “lógica de la vida”.

Las comillas anteriores corresponden a un extenso ensayo del inglés Edward Thomas (publicado en Londres en 1911, cuatro años después de que apareció "L’Intelligence des Fleurs" y tres antes de que Montaner y Simón publicaran en Barcelona la edición que hoy tengo en mis manos, que me regaló mi abuelo cuando yo debía tener quince años, de la que tomo prestado el título de esta nota introductoria), ensayo en el que afirma el autor que el objetivo de Maeterlinck es “reconciliar la Ciencia con la Poesía, una reconciliación que durante muchos años hemos discutido, avizorado, cuestionado y deseado”.



Dice también Thomas que “Maeterlinck es el primer ‘místico’ en aparecer en la era de la ciencia; y de verdad que es el más importante en la medida en que verdaderamente pertenece a esa era.”

Quizás uno de los más contundentes ejemplos contemporáneos que tenemos a mano, de esa expresión poética y mística del conocimiento científico, es el “Cántico Cósmico” de Ernesto Cardenal, que extiende su exploración de esa misma “Inteligencia Natural”, de ese “Genio Universal” (“el nombre poco importa” dice Maeterlinck) hasta los mundos de los quarks y las remotas galaxias, aunque sin descuidar la escala macro que compartimos los humanos con los élitros de las libélulas y con las flores.

Lo cierto es que Maeterlinck describe, en un lenguaje deliberadamente poético, una cantidad enorme de conceptos y procesos que las ciencias naturales conocen y también explican con sus propias palabras. Si los ortodoxos se molestan por la antropización de esos conceptos, que nos acepten por lo menos que la poética de Maeterlinck está compuesta por metáforas afortunadas y funcionales, que nos permiten a los legos entender y aprehender los fundamentos de esa “mecánica floral que funciona desde hace millares de años”, e identificarnos vitalmente con ella.


Más aún: nos permiten hacerlo sensorial y, si se quiere, sensualmente, logro que rara vez alcanza la fría y distante “objetividad” de las especializaciones y de los lenguajes científicos. A través de esas metáforas sentimos que nosotros también somos expresiones tangibles de los procesos de la vida.

Así como, con una buena dosis de sarcasmo hacia la ignorancia de la Naturaleza que ostentamos los seres urbanos, afirma Maeterlinck que “no hay nadie, por poco rústico que sea, que no conozca la buena Salvia”, así mismo podemos afirmar que no hay nadie, “por poco rústico que sea”, que no resulte tocado y atraído por esas metáforas, y que no perciba -aunque sea- una mínima resonancia con la inteligencia de las flores.


Por ejemplo, a las que en un texto de biología aparecerían como “estrategias adaptativas”, las llama “las razones de la planta” o “invenciones curiosas del genio de la flor”; o para referirse al concepto de “coevolución” que denota la evolución conjunta entre los seres vivos y su entorno (y en este caso particular entre los insectos y las plantas, esos “seres nerviosos”), tras explicar la morfología de una orquídea, afirma Maeterlinck que se trata de "una flor que conoce y explota las pasiones de los insectos”.

Y agrega: “No es posible pretender que todo esto no son más que interpretaciones más o menos románticas; no, los hechos son de observación precisa y científica, y es imposible explicar de otra manera la utilidad y la disposición de los distintos órganos de la flor. (…) Las flores precedieron a los insectos en la tierra; por consiguiente, cuando aparecieron éstos, aquellas tuvieron que adaptar a las costumbres de esos colaboradores imprevistos toda una maquinaria nueva.”


Ese paganismo panteista, que a su vez es también un profundo humanismo, está presente o subyace en muchísimos socialistas utópicos como Robert Owen, Charles Fourier y Pierre Leroux,  al que algunos biógrafos presentan como “anarquista cristiano”, mientras otros afirman que “expuso su teoría de un deísmo nacional para reemplazar a las religiones cristianas”.

Maeterlinck encarna ese humanismo cuando afirma que el hombre es “el ser por quien pasan y en quien se manifiestan más intensamente las grandes voluntades, los grandes deseos del Universo”. Y Leroux lo extiende a la búsqueda de “soluciones prácticas” para problemas que si bien ya se avizoraban en el siglo XIX, en el XXI han alcanzado una gravedad más que dramática. Decía Leroux, por ejemplo, que “el hombre está en posición de satisfacer sus necesidades cuando hace sus necesidades  (…) porque es imposible pensar que Dios haya podido crear un ser que no fuese en absoluto reproductor de su subsistencia por el efecto útil de sus secreciones para otros seres.”

Claro: ni Leroux ni Maeterlinck hablan de “dioses inaccesibles, sino de voluntades veladas y fraternales.” Si hubieran hablado “colombiano”, para ellos, Yahvé habría sido “yavería”.


En momentos como el actual, cuando las dinámicas de la Tierra hacen cada día más evidente el efecto de las decisiones políticas sobre procesos como el clima, y más específicamente como el calentamiento global (cuyo análisis hubiera pertenecido antes de manera exclusiva a las ciencias naturales), y cuando los estudios científicos y los avances tecnológicos tienen cada día más implicaciones políticas, casi que se vuelve obligatorio volver al pensamiento de contemporáneos de Maeterlinck como el geógrafo francés Eliseo Reclus (1830-1905) o como el también geógrafo Príncipe Kropotkin (1842–1921) o, más atrás, como el barón Alexander von Humboldt (1769–1859), para quienes simplemente resultaba inconcebible separar la naturaleza de los seres humanos que formamos parte de ella.

“La geografía como metáfora de la libertad”, el título de una recopilación de escritos de Reclus publicado a finales de la década pasada [1], resume de manera perfecta la esencia de ese pensamiento que también se reconoce a sí mismo como “geografía radical” o “geografía anarquista”. ¡Cómo hubieran gozado con Google Earth estos geógrafos libertarios del siglo XIX!


La excelente iniciativa de Santiago Mutis de incluir “LA INTELIGENCIA DE LAS FLORES” en la colección “Señal que Cabalgamos”, me exonera de la tentación de transcribir más apartes de esta obra, en cada una de cuyas páginas, en palabras de Edward Thomas que develan la fractalidad de la misma, “se encuentra alguna frase capaz de sugerir todo el libro”.

Me tomo, entonces, el espacio que queda, para recordar que Alfredo Bryce Echenique relata en el primer tomo de sus “Antimemorias” que, habiendo querido hacer su tesis para obtener el título de Doctor en Letras sobre el autor de un libro que desde París recordaba haber visto cuando niño en el escritorio de su abuelo, adelantó una exhaustiva investigación y posterior disertación sobre Henry de Montherlant (un “cavernario, un canalla y un misógino”, según comentario que le hiciera Vargas Llosa), para darse cuenta años después de que realmente el escritor favorito de su abuelo era Mauricio Maeterlinck y no ese otro.

En una entrevista con la periodista Cecilia Valenzuela sobre ese episodio, dice Bryce que “yo amaba a mi abuelo que había fallecido, y leer los libros que él leía es una forma de revivirlo”. 


Pues bueno: yo conté al principio que la edición de LA INTELIGENCIA DE LAS FLORES” que volví a leer para escribir este “Proemio”, fue un regalo de mi abuelo materno cuando yo tenía por ahí unos quince años. Yo no la había vuelto a abrir desde ese entonces, a pesar de que la he cargado conmigo en múltiples trasteos.

Ahora, releyéndola, me doy cuenta de que si yo soy como soy –o si veo el mundo tal como lo veo… que viene a ser más o menos lo mismo- en gran medida se debe a que ese libro cayó a mis manos en esa edad cuando todavía está blandito ese barro de que estamos amasados los seres humanos. El mismo que, en palabras de Maeterlinck, hace que “estemos bien en nuestro lugar y en nuestra casa en este universo amasado con substancias desconocidas; pero cuyo pensamiento es, no impenetrable y hostil, sino análogo o conforme al nuestro.”

De ese pensamiento está hecha “LA INTELIGENCIA DE LAS FLORES”.

Gustavo Wilches-Chaux
Lima - Bogotá, Diciembre de 2006




 [1] Daniel Hiernaux-Nicolás. La geografía como metáfora de la libertad. Textos de Eliseo Reclus. Centro de Investigaciones Científicas Tamayo/Plaza y Valdés editores, México, 1999



Todas las fotos que ilustran este artículo fueron tomadas en la Exposición Nacional de Orquídeas que tiene lugar hoy en el Jardín Botánico de Bogotá


Más sobre orquídeas de esta región

domingo, octubre 26, 2014

ELOGIO DE LA RADICALIDAD


Introducción al texto "Andando por las ramas - Nuestra llavería con los árboles" que elaboré en 2005 con el apoyo de la CRQ (Corporación Autónoma Regional del Quindío)- Ayer subí el Capítulo 4 a este mismo blog y poco a poco voy a seguir subiendo los demás

Sí: este es un texto radical, por lo menos en las cuatro primeras acepciones de la palabra.

Literalmente, de radical dice el diccionario:

1. adjetivo. Perteneciente o relativo a la raíz.
2. figurado. Fundamental, de raíz.
3. Partidario de reformas extremas, especialmente en sentido democrático.
4. Extremoso, tajante, intransigente.

En el texto vamos a explorar la posibilidad de establecer nuevos canales de comunicación entre nosotros y las estructuras ramificadas de los árboles, una de las cuales se encuentra en sus raíces. Más aún: vamos a ver si es posible que nuestras propias estructuras ramificadas interiores, resuenen con las de los árboles.

Las raíces son las ramas con que los árboles se conectan con el cielo del suelo
Las ramas son las raíces con que los árboles se conectan con el suelo del cielo

Pero también es un texto que pretende ir a la raíz de la crisis de insostenibilidad, en donde, en mi concepto personal, existe un problema de ética, o más bien: de ausencia de ética.

No pasará oculto al lector que en estas páginas pretendo compartir mi convicción en el sentido de que necesitamos reformas extremas en nuestra manera de concebir el papel del ser humano en el planeta Tierra; reformas que nos permitan construir una relación más democrática con las demás especies y seres (vivos y abióticos) que comparten con nosotros la biosfera.

Por último, acepto y suscribo sin reservas la opinión de quienes califiquen el texto –y por supuesto al autor- de extremoso, tajante e intransigente, especialmente si entre quienes lleguen a blandir esos conceptos, están aquellos que se refieren de manera peyorativa a la protección de “los pajaritos” y de “los arbolitos”, como argumento para descalificar el compromiso vital de los ambientalistas.


Al igual que lo hice en el texto sobre “Gestión Ambiental con sentido pedagógico” que forma con éste una unidad ojalá inseparable, deseo reiterar aquí mis agradecimientos a la CRQ y en especial a su Directora doctora Alba Inés Pareja, al Subdirector doctor Santiago Villegas y a la bióloga Lucelly Ramírez, la posibilidad que me abren para este ejercicio de radicalismo a favor de la vida.


Este texto, en particular, responde también al interés del doctor Germán Alonso Páez y del equipo del proyecto PACOFOR en el Quindío, de contar con material de apoyo para su propósito de contribuir a la construcción de nuevas “llaverías” entre las comunidades y sus árboles. Para ellos y para ellas, y para los líderes jóvenes y niños de la vereda La Topacia del municipio de Génova, en donde me permitieron comprobar que eso es bien posible, van mis más sinceros agradecimientos.

sábado, octubre 25, 2014

QUÉ ES UN ÁRBOL


Capítulo 4 del texto titulado "Andando por las ramas - Nuestra llavería con los árboles", escrito en 2005

Nosotros podemos, de manera teórica, representarnos un árbol como un ente individual, aislado del entorno al cual pertenece, tal y como aparecen dibujados a veces para ilustrar la letra A en las cartillas iniciales de lectura. (Al igual que podemos imaginarnos a un hombre o a una mujer, también aislados de su entorno, ilustrando las letras H y M respectivamente).  Pero en la realidad el árbol resulta inseparable de su ecosistema e inconcebible por fuera de las relaciones que lo vinculan a los demás seres que comparten con él ese ecosistema.

Un árbol es mucho más que un tronco con raíces y ramas:

     El árbol es la luz que lo nutre: Por medio de la fotosíntesis, el árbol convierte la luz solar en biomasa, es decir, en materia vegetal. Bien podríamos definir al árbol como energía solar encerrada en una estructura de carbono y agua. La luz es tan parte del árbol, como lo es de las mariposas y los colibríes, cuyas texturas tornasoladas –como su nombre lo indica- se derivan de una simbiosis estética con el Sol.



·    El árbol es los insectos, las aves y los murciélagos que lo habitan y lo polinizan: Nuestras células reproductoras se transportan por medio del líquido seminal, que sin lugar a dudas forma parte de nuestro propio organismo, de nosotros mismos. Las células reproductoras de los árboles se transportan a través de una simbiosis o relación de mutua ayuda entre los árboles y los insectos, las aves y los murciélagos que les sirven de polinizadores y que podemos considerar partes del árbol, dentro de una concepción ampliada del mismo (en la misma línea en que sabemos que cada uno de nosotros es eso: nosotros y el universo que nos rodea). Podríamos considerar a los polinizadores como agentes del árbol, como prolongaciones en el espacio y en el tiempo de su vitalidad. En esa misma línea, podemos afirmar también que el árbol es el viento que lo mece y que transporta sus semillas anemócoras a lugares lejanos.


·    
    El árbol es la vida vegetal y los microorganismos que alberga: Al igual que nosotros, hombres y mujeres de la especie humana, somos la microflora y la microfauna que habita nuestras vísceras y que es responsable en gran medida de nuestra salud, y que somos la cantidad enorme de microorganismos que habitan nuestra piel (ver nota), así el árbol es toda esa enorme cantidad de vida epífita que vive sobre sus ramas y su tronco, y los insectos y microorganismos que habitan bajo su corteza, o asociados a su raíz, o en sus flores y frutos. Pero además, el árbol es la enorme cantidad de interacciones que se presentan entre esas especies. Como se sabe, en el Amazonas colombiano existen árboles que sirven de hábitat a más especies vegetales que las que poseen en todo su territorio varios países de latitudes templadas. Esa franja privilegiada para la vida en la Tierra que es el trópico húmedo (o más exactamente la llamada zona ecuatorial o intertropical), permite que allí existan árboles que constituyen verdaderos fractales de esa biosfera de la cual forman parte. 

 
    

   El Árbol es el agua que recoge: Bien sabemos que el agua constituye el ingrediente principal de la vida, lo cual incluye a la vida vegetal. El agua es, junto con el gas carbónico, uno de los dos “hilos” con los cuales las plantas, en la fotosíntesis, tejen esa “mochila” en donde encierran la luz solar. “Mochilas” que, una vez cargadas de energía del Sol, reciben el nombre de hidratos de carbono, tales como la celulosa, el azúcar y el almidón.


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   El Árbol es el agua que transpira: A través de las plantas, mediante el proceso conocido como transpiración, los árboles envían agua a la atmósfera terrestre, lo cual determina que los árboles sean uno de los factores decisivos para la humedad de un lugar (y que en una u otra forma contribuyan también a definir el nivel freático o profundidad de agua subterránea en ese lugar).


·  
  El Árbol es el suelo que lo sostiene y que ayuda a sostener: Nos encontramos aquí ante lo que podríamos denominar una simbiosis mecánica entre el suelo que le sirve al árbol de soporte (tanto en términos físicos como biológicos, pues el suelo, más que un mero piso es, entre otras cosas, la base de su nutrición) y el árbol que, con sus raíces, amarra ese mismo suelo y contribuye a mantenerlo en su lugar. Entre otros servicios que el árbol le presta al suelo, está también el de protegerlo con su follaje de la erosión. Entre los servicios que el suelo le presta al árbol, está la función que cumplen las micorrizas o “redes de hongos”, en la producción de las condiciones que garantizan su regeneración, al igual que el papel de los microorganismos en la descomposición de la materia orgánica “marchita” que se deposita sobre el suelo, gran parte de la cual proviene de los árboles.


·    El Árbol es la sombra que produce: Es posible que solamente apreciemos el valor de la sombra en toda su magnitud, cuando en un día de intenso Sol, encontramos protección contra la luz cegadora y contra el calor bajo las ramas de los árboles. Existen en Colombia ciudades privilegiadas, como Gigante en el Huila y Santander de Quilichao en el Cauca,  en cuyos parques existen árboles centenarios que los cubren como un gran paraguas, para no citar al famoso ciprés “Alhuehuete” o árbol de El Tule en Oaxaca, México (Taxodium mucronatum según Tenore y T. disctichum según Humboldt y Bonpland), uno de los seres vivos más longevos (400 años) y de mayor tamaño que habitan este planeta, y cuya copa posee una extensión cercana a los 45 metros de diámetro y cuyo tronco posee un perímetro aproximado de 34.25 metros a cordel tirante (para una sección aproximada de 59.50 metros cuadrados de área)[1]. Los cafeteros “tradicionales” colombianos, entre otros agricultores, saben también el valor del sombrío para la producción.


·   
El árbol es las “malezas” que lo rodean: No sólo las plantas epifitas que viven sobre los árboles, o los animales de distintas especies que allí tienen su hábitat, constituyen parte del árbol. Dentro de esa “concepción ampliada” a que hicimos referencia en párrafos anteriores, también las especies que a veces –debido a nuestra ignorancia sobre su verdadera utilidad- reciben el calificativo de “malezas”, forman parte de la vida del árbol. En muchas de esas “malezas” anidan o se alimentan las especies que hacen el papel de polinizadoras de los árboles, o bajo los arbustos y matorrales las semillas encuentran las condiciones de humedad, temperatura y luminosidad necesarias para germinar (o los hongos y demás especies que a veces se requieren para “disparar” la germinación). Es también, bajo las hojas secas o en descomposición, rodeadas generalmente de “malezas” que facilitan esa descomposición, en donde el suelo se encarga de invertir la dirección de la flecha del tiempo y de convertir la muerte en ingrediente de la vida.

El árbol, nosotros y la telaraña de la vida en la Tierra

  
El siguiente párrafo de Carl Sagan en su libro “Cosmos”, resume la relación existente entre los árboles y nosotros, como partes complementarias e interdependientes que somos, de una misma telaraña de vida en la Tierra:

“Los hombres crecieron en los bosques y nosotros les tenemos una afinidad natural. ¡Qué hermoso es un árbol que se esfuerza por alcanzar el cielo! Sus hojas recogen la luz solar para fotosintetizarla, y así los árboles compiten dejando en la sombra a sus vecinos. Si buscamos bien veremos a menudo dos árboles que se empujan y se echan a un lado con una gracia lánguida. Los árboles son máquinas grandes y bellas, accionadas por la luz solar, que toman agua del suelo y dióxido de carbono del aire y convierten estos materiales en alimento para uso suyo y nuestro. La planta utiliza los hidratos de carbono que fabrica como fuente de energía para llevar a cabo sus asuntos vegetales. Y nosotros, los animales, que somos en definitiva parásitos de las plantas, robamos sus hidratos de carbono para poder llevar a cabo nuestros asuntos. Al comer las plantas combinamos los hidratos de carbono con el oxígeno que tenemos disuelto en nuestra sangre por nuestra propensión a respirar el aire, y de este modo extraemos la energía que nos permite vivir. En este proceso exhalamos dióxido de carbono que luego las plantas reciclan para fabricar más hidratos de carbono. ¡Qué sistema tan maravillosamente operativo! Plantas y animales que inhalan mutuamente las exhalaciones de los demás, una especie de resucitación mutua a escala planetaria, boca a estoma, impulsada por una estrella a 150 millones de kilómetros de distancia.”
  


No vamos a pretender ser exhaustivos en el análisis de las múltiples interacciones existentes entre los árboles y los demás seres que conforman la biosfera y que participamos de esa única telaraña que le otorga a nuestro planeta su condición de organismo vivo. Queremos sí, a manera de ejemplo, mencionar como un indicio de “unidad” entre todos los seres vivos, y particularmente entre nosotros y las plantas, el hecho de que existan en estas últimas, lo que los científicos denominan “principios activos” y los sabedores tradicionales llaman “poderes”, capaces de actuar sobre nuestro organismo y de curar nuestras enfermedades (o de estimular a nuestros organismos para que ellos mismos se curen) o, como hacen los enteógenos (esas plantas capaces de “despertar a Dios” o “que tienen a Dios adentro”), capaces de abrir la mente humana hacia dimensiones no convencionales. ¿Cómo podría eso ser posible, si no existiera un parentesco estrecho entre todos los seres vivos, sin importar inclusive que unos pertenezcan a un “reino” y otros a otro?
Continuará...

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lunes, septiembre 22, 2014

TORMENTA EN LA MADRUGADA


Tormenta sobre el valle del Magdalena, hoy en la madrugada
Bogotá en primer plano

4:40 am

 4:54 am

 4:54 am

 4:59 am

 5:06 am

 5:24 am

Y la tormenta se fue con el amanecer

 
5:53 am

Una así me tocó el pasado 18 de Septiembre en la madrugada en Ibagué. Pero ese día yo estaba justo debajo. No pude ni asomar las narices para tomar una foto

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Sobre Nubes y Rayos
Marzo 21, 2015

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Septiembre 24, 2013
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Rayos: el regalo de Orula
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domingo, agosto 31, 2014

BITÁCORA DE HOY






10 am - Desde la vía a La Calera