jueves, julio 13, 2006


INTRODUCCION A LA TEOLOGÍA DE FRACTALES 1

“Dios me ha hecho reir, y todos los
que lo oigan reirán conmigo...”

Sara (esposa de Abraham)

“He dicho al almendro : Háblame de Dios, hermano.
Y el almendro floreció.”

Nikos Kazantzakis

“...Al fin y al cabo todo es lo mismo: versos, cerveza, mantas...
Elementos todos tendidos contra la intemperie del universo.
Todo abriga lo mismo cuando la vida así lo quiere:
el alcohol, la manta o el canto...”

Jaime Barrera Parra
(En el prólogo al libro “Prosas y Cuentos” de Gustavo Wilches Castro, 1962)

Cuando yo estaba chiquito, tenía una edición de La Biblia para niños en la cual, entre otras muchas, había una ilustración para mí especialmente miedosa, que mostraba a Abraham a punto de matar de una cuchillada a su hijo Isaac. A Abraham lo pintaban con túnica, puñal y turbante de beduino, y a Isaac, con las manos amarradas atrás y tendido sobre una piedra sacrificial, con una mini-túnica celeste con reborde dorado, como de tela brillante de satín, de esa que se utiliza para hacer banderas.

El texto que acompañaba a la ilustración contaba (como recordarán quienes vieron Historia Sagrada en primaria) que Yavé se le había aparecido a Abraham y le había ordenado que como prueba de su acatamiento y devoción, debía ofrecerle en sacrificio a su hijo Isaac, que era la adoración de Abraham.


Abraham, con el estupor de cualquier padre de familia normal a quien sometan a prueba semejante, pero antes que todo obediente a su Señor, le decía a Isaac que lo acompañara, que le iban a ofrecer en sacrificio un carnero a Yavé. Cuando llegaban al sitio del altar e Isaac preguntaba que en dónde estaba el carnero que iban a sacrificar, Abraham le comunicaba que el carnero era él. Yo no me acuerdo exactamente qué nos contaban en el colegio sobre cómo reaccionaba Isaac ante tan sorpresiva notificación, pero lo cierto es que en el dibujo aparecía muy resignado, a punto de recibir en el cuello la puñalada que se preparaba a asestarle el papá.

Entonces del cielo salía la voz atronadora de Yavé que le decía que no, que cómo se le ocurría, que no lo fuera a matar, que era solamente una prueba de fidelidad, que ya había superado a satisfacción. Entonces Abraham e Isaac, recuperados del susto, conseguían un carnero de verdad y agradecidos se lo sacrificaban al Señor. (Textualmente dice La Biblia que “Abraham levantó los ojos y vio un carnero trabado por los cuernos a un matorral” : dato importante para efectos del tema que nos ocupa, como se verá más adelante.)

Para mí ese relato era especialmente miedoso porque yo, al igual que Isaac, era en ese momento hijo único y, supongo, “la adoración de mi papá”, y en consecuencia vivía con el temor de que algún día a Yavé le diera por someter a mi papá a la misma prueba que a Abraham. Por primera vez me atrevo a confesar en público que en esa época me recorría la espalda un cierto escalofrío cada vez que mi papá me invitaba a salir con él a comprar herramientas los sábados por la mañana, actividad que, por todos los demás aspectos, me encantaba.


El Antiguo Testamento está lleno de estas que, según me explicaba un amigo que entiende de Biblia, eran teofanías o señales de Dios : quizás una de las más famosas, la de Moisés y la zarza ardiendo “que no se consumía” (y que yo de niño tampoco entendía bien, porque vivía en Bucaramanga en donde, por alguna razón utilizaban el verbo “consumir” con la acepción no castiza de “hundir” o “sumergir”, lo cual para mí era motivo de absoluta y total confusión); o la de la aparición en sueños a Noé, para anunciarle el diluvio universal y pasarle los planos del arca.

Lo curioso, comentábamos con mi amigo, es que esa comunicación de Dios con los hombres, que durante el Antiguo Testamento era cotidiana y permanente, parecería haberse suspendido por completo, como si Yavé hubiera decidido no volver a enviar mensajes a los habitantes de La Tierra.

O, a lo mejor, como si los hombres hubiéramos apagado definitivamente el beeper (biper) en que los recibíamos, lo cual no es de extrañarse si todos los mensajes conllevaban para sus receptores sobresaltos tan tenaces como el de Abraham e Isaac; o como los que les producían los anuncios de Yavé a Noé y a Moisés.

Yo he llegado a la conclusión de que sí: de que no es que los mensajes hayan dejado de fluir, sino que nosotros, en algún momento, apagamos el beeper y dejamos de sintonizar a Dios. Por experiencia sé que si uno carga un beeper o un celular, pero apagados, lo pueden llamar muchas veces y no se va a dar cuenta, o le pueden poner toda clase de mensajes, que nunca los va a recibir.

Ian Davis en la Catedral de Sal de Zipaquirá

Siempre he pensado que Dios no es necesariamente ese señor -o Señor- de pelo largo y barba blanca, que aparece en los cuadros del renacimiento o que pintó Miguel Angel en el techo de la Capilla Sixtina, sino que, así como cada organismo sintetiza sus propias proteínas, cada uno de nosotros crea su propia imagen de Dios. En ese sentido el graffiti o grafito que afirma que “Dios es negra” (o sea: ni de raza blanca ni hombre), tiene absoluta validez.2


Para mí, que poseo una convicción vivencial panteísta, según la cual Dios y el Universo (incluida la Voluntad de Vida que lo anima y de la cual nosotros somos una manifestación concreta), son UNO SOLO (o UNA SOLA), prender el beeper significa estar atento a las señales del Universo (“dejarse atravesar por los flujos explícitos del Universo”, como dice Miguel Grimberg), tanto a aquellas poco frecuentes, como los eclipses totales de Sol, que requieren de una configuración especial de la mecánica celeste convertida en “teología experimental”3 o, por ejemplo, la visión del cúmulo estelar “Omega del Centauro”, a 7.000 años-luz de distancia de nosotros, que se puede intuir a simple vista en el cielo del Sur, pero que exige la ayuda de un telescopio relativamente potente para poderlo admirar en toda su magnitud; como también a aquellas señales cotidianas y permanentes (como era la comunicación de Dios con los patriarcas de la antigüedad), que podemos recibir sin más requisitos que la agudización sensual de los sentidos y la disposición del corazón: un cierto ritmo de las nubes sobre el cielo azul, la manera como incide un rayo de Sol sobre las imperfecciones de una pared repellada con boñiga y cal, los visos metálicos de las garzas al atardecer, la sensación de exprimir una naranja jugosa, una mujer con minifalda de bluyín, la deslumbrante fugacidad de los rayos en una tempestad... (Haga click aquí)


Un color. Una textura. Un olor. Un sabor: a lo mejor, al igual que sucede con el olfato, el beeper para recibir las señales de Dios también manda la mayor parte de sus conexiones al sistema límbico, nuestro cerebro de lagarto, lo cual confirmaría que nuestro “sentido de Dios” es más sensorial o sensual que intelectual o racional.

O esas señales que solemos llamar “coincidencias” y atribuir al mero azar, pero que ya Carl Jung explicó como “sincronicidades”, entre las cuales, al más alto nivel, estaría la sorprendente precisión y certeza de las respuestas del I Ching a quien lo consulta con limpieza de corazón.


O la aparición de la nada de un ángel en forma de cualquier persona, conocida o no, con una cruceta en la mano, cuando estamos tirados en una carretera desolada con una llanta pinchada y sin la herramienta necesaria para desmontarla (como les apareció a Abraham y a Isaac el “carnero trabado por los cuernos a un matorral”, precisamente cuando lo necesitaban para dar gracias de que la orden de Yavé hubiera resultado una inocentada). Y si la teofanía es total, el mismo ángel se encarga de cambiar la llanta.

Hacer una lista detallada de todas las posibles teofanías, resultaría tan complicado como escribir un catálogo exhaustivo del Cosmos, porque si Dios es Uno con el Universo, todo elemento y todo fenómeno constituyen una teofanía potencial. En esa medida, y para efectos prácticos, las teofanías son infinitas.

Por eso también, cuando me preguntan cómo encender y cómo sintonizar el beeper, no puedo contestar: cada uno sabrá cómo, según su concepción particular de sí mismo y de Dios. Cada uno habrá vivido ya sus propias sincronicidades (como cuando uno está pensando en una persona e inesperadamente esa persona llama por teléfono) que le pueden dar pistas sobre el camino a seguir.

Además, cada señal es absolutamente personal e intransferible y cada cual estará en disposición de recibirla y de interpretarla “según sus propias necesidades y según su propia capacidad”. Así como un geólogo sabe leer, como en un libro abierto, la historia de una región en el corte de un barranco o en una ondulación abrupta o leve del terreno, para el lego pueden no significar nada esas señales sutiles del paisaje. Lo que para mí, en un instante dado, constituye una inequívoca señal, para otra persona puede carecer totalmente de interés y de sentido. Así como MacLuhan afirmaba que el mensaje está en el medio, nosotros podemos afirmar que la teofanía está en quien (aún sin saberlo) la necesita o la espera.

Así como sólo cuando uno sale con pantalón blanco a la calle, se da cuenta de la cantidad de gente que usa pantalón de ese color, así necesitamos tener sintonizados los sentidos y el corazón para recibir las señales del Cosmos.

Woody Allen, por ejemplo, decía alguna vez que para él una prueba inequívoca de la existencia de Dios, sería que Dios abriera un depósito a nombre suyo en un banco suizo. Yo también pensaba y hasta confiaba en lo mismo, pero hoy me aterraría esa señal, porque a la hora que lo investigaran a uno por “enriquecimiento ilícito”, mal podría alegar ante los fiscales que se trata de una teofanía.

Me bastan otro tipo de señales, como ver volar los gallinazos en espiral, con la convicción de que así como existen colorantes que se utilizan para teñir los tejidos de manera tal que se puedan analizar bajo el microscopio, así los gallinazos tiñen o hacen visibles las corrientes de aire (si uno ve elevarse un gallinazo con las alas inmóviles, es porque va “montado” sobre una corriente ascendente). El otro día, frente a la ventana de mi habitación, una bandada de golondrinas migratorias voló durante varios minutos y en medio de estruendosos chillidos, en dos espirales que se entrecruzaban mutuamente, formando una doble hélice, como la del ADN. Ambas, pruebas de esa correspondencia entre el macrocosmos y el microcosmos, de la interacción dialéctica y creativa entre el Cosmos y el Caos, que le otorga unidad y coherencia al Universo.



Los momentos de iluminación de científicos y artistas, la “lujuria de sabiduría” de que hablara Mary Daly, la “confusión mística con el todo” que menciona el maestro Estanislao Zuleta, los orgasmos cósmicos... O simplemente, alguna relación o “coincidencia” oculta en las cifras de un teléfono, en la fecha y hora de algún suceso particular, en la suma de los números de la placa de un carro...

Para mí, personalmente, una de las principales fuentes de teofanías es la que podríamos llamar teología de fractales: la posibilidad de encontrar huellas de Dios hasta en los más mínimos detalles de “La Creación” (hermoso término con que nos referíamos al Universo en primaria).

Pero, definitivamente, las más contundentes señales de Dios nos llegan, de manera expresa, a través de los ángeles y de los santos con que uno se topa todos los días, en especial cuando más los necesita. (Podríamos afirmar que la necesidad hace a los ángeles y que, en términos de Sor Juana Inés de la Cruz, la santidad no es un mérito sino un menester.)

Angeles y santos cuya principal característica (y pienso que prerrequisito para serlo) es que ni se saben ángeles ni santos, y en consecuencia ni siquiera están enterados de que alguien los reconoce como tales.

Permítanme transcribir al respecto, parte del prólogo que escribí para el libro “Anarcoiris” de Arturo Guerrero :

“Según una hipótesis, que por alguna razón no ha logrado generar consenso entre ecologistas y meteorólogos, los agujeros en la capa de ozono forman parte de una estrategia ideada para pescar ángeles incautos, no se sabe muy bien por quién ni con qué fines exactos.
“Se basa, según sus defensores, en los mismos principios y artificios que utilizan los indios de la Amazonia y la Orinoquia para pescar con nasas o canastos, y en que se basaba uno, en los intemporales veraneos de la infancia, para pescar sardinas en las chambas, valiéndose de una botella de champaña perforada por debajo.

“En el caso de los peces, se sabe que penetran a la botella o al canasto en pos de la carnada. En el caso de los ángeles, basta con que den un paso descuidado para que caigan a La Tierra a través del agujero en la capa de ozono, como cualquier ciudadano bogotano víctima de una alcantarilla destapada. Después, al igual que sucede con las tentativas de escape de los peces capturados, para efectos de la huida resulta inútil el aleteo de los ángeles, que terminan por resignarse a tener por cielo la superficie interior de las esferas, que antes utilizaban como suelo.”


Personas que no necesariamente son ángeles y santos full time, sino sólo de tiempo parcial o en raras ocasiones. Angeles y santos free lance, que llevan y traen, a veces sin decir y sin hacer, las señales de Dios, como las tachinabes, esas mujeres sanadoras del cuerpo y del alma, que recorren en canoas solitarias los ríos del Pacífico, para repartirle a domicilio a quien las necesita, su energía y su mensaje.

Angeles y santos que con relativa frecuencia incurren en formas inocuas (para el Cosmos) de pereza, de gula y, por supuesto, de lujuria, los pecados capitales chéveres ; pero nunca ni en ira ni en envidia, ni en avaricia ni en soberbia, los pecados abominables.

En fin, ángeles y santos que lo son precisamente por sus dones enteógenos, la propiedad que Albert Hofman les atribuye a las plantas como el yagé y el peyote que, como el término lo indica, tienen a Dios adentro y poseen además la capacidad de despertar a Dios en quien las usa.

Por eso mismo, no tienen necesidad de ser ni ángeles ni santos de tiempo completo: para quedar lleno de Dios, a uno le basta con el momentico en que está con ellas o con ellos. Personas que le prenden el beeper a uno.

Cuando uno anda con la antena alerta y el beeper encendido, no tiene que esforzarse en buscar las señales: ellas solas, a cada momento, le salen al camino. Uno comienza a ver alrededor de uno y en uno mismo las señales, en cada latido del corazón, cuando respira. Cada vez que se siente invadido interiormente por un amor raudo como el viento: la señal inequívoca de que acaba de sintonizar una teofanía.

En términos de teología de fractales, uno se da cuenta de que uno mismo, cada ser humano, es una señal única del Universo. De que cada uno de nosotros es un Cosmos entero, irrepetible y complejo. De que el campo de investigación de la teología de fractales pasa por nuestros propios cuerpos. Mirarnos al espejo en las mañanas y soñar en las noches o despiertos, se convierten entonces en rituales sagrados. En ventanas abiertas “a la intemperie del Universo”.

Y así nosotros, concreción tangible del misterio, nos vamos dando cuenta de que, también nosotros, tenemos la posibilidad de contribuir al milagro. Más aún: la obligación, el deber ineludible del milagro.

Tenemos la herramienta necesaria. Silvio Rodríguez escribió las instrucciones para usarla:


Debes amar
La arcilla que va en tus manos

Debes amar
Su arena hasta la locura

Y si no, no la emprendas,
que será en vano

Sólo el amor
Alumbra lo que perdura...

Sólo el amor
Convierte en milagro el barro...

Salgamos con el beeper encendido a auscultar el Universo. Apostémosle al milagro.

Ensayemos, con la certeza de que nosotros, fractales de Dios, poseemos la facultad de condensar en beneficio de la Vida las señales del Cosmos.

La posibilidad y las ganas de ayudarle a La Tierra a curarse y a curarnos.


Gustavo Wilches-Chaux
La Cocha / Popayán, Julio de 1996 (Encuentro de Disoñadores)


1] Charla presentada por primera vez el 25 de Julio de 1996 en La Cocha (Nariño), durante el PRIMER ENCUENTRO DE DISOÑADORES, convocado por la Asociación para el Desarrollo Campesino ADC. La charla forma parte de la conferencia “El Universo Sostenible”, cuya primera parte puede encontrarse en los textos “Del Manual para un Nuevo Usuario del Planeta Tierra” y “Sexo, Muerte, Biodiversidad, Singularidad”, ambos incluidos en el libro del mismo autor, titulado “La Letra con Risa Entra” (publicación FES-ECOFONDO-FUNDACION RESTREPO BARCO, 1996)

2] Dicho sea de paso, el Diccionario en CD-ROM de la Real Academia Española define Grafito como “Letrero o dibujo grabado o escrito en paredes u otras superficies resistentes, de carácter popular y ocasional, sin trascendencia.” ¡Como que sin trascendencia! ¡Qué me devuelvan la plata!

3] Ver “ECLIPSE”, artículo incluido en “La Letra con Risa Entra”.