lunes, junio 20, 2011

La otra forma de morir


PREGUNTAS


Haga el ensayo: Pregúntele a una persona cercana a sus afectos, qué haría si un examen médico dijera que a usted sólo le quedan quince días de vida.

Respuesta probable: "No hable de eso!", o "No juegue con eso!"

Insista. Pregunte nuevamente. Respuesta casi segura: "Trataría de disfrutar al máximo esos quince días con usted. Trataría de que aprovecháramos cada segundo. Me preocuparía por la calidad y la intensidad de nuestra relación durante esos quince días."

Su siguiente pregunta: ¿Por qué esperar, entonces, a que sólo nos queden quince días? Por qué no empezar ya? ¿Por qué no preocuparnos, desde este mismo instante, por la calidad y la calidez de nuestra relación?

Uno debe vivir siempre como si no se fuera a morir nunca, pero al mismo tiempo como si sólo le quedara un día de vida. La presencia permanente de la muerte, lejos de una actitud macabra o pesimista, es la conciencia de que la vida es un recurso natural limitado. Renovable sí..., pero con otros.

25 mil días son un poquito más de 68 años. 30 mil días, 82 años: bastante por encima del promedio.

25 mil días parece mucho, pero si cada día, desde que nacemos, ahorramos un peso, el día que nos muramos vamos a tener 25 mil pesos: apenas para la cuota inicial del cajón, o para pisarle el trato a la señora que canta en el entierro...

Lo más probable es que la mayoría de cuantos leamos estas notas, ya habremos vivido una buena parte de los 20, o de los 25 o de los 30 mil días con que contábamos cuando nacimos.

De allí que sea válido el argumento de que a uno no le deberían preguntar "¿Cuántos años tiene?", sino "¿Cuántos años se ha gastado?"

Retornemos a lo del recurso limitado: Cuando pensábamos que el agua y el aire y los bosques eran infinitos, nos dedicamos a botarlos, como si, de verdad, fueran infinitos. Hoy valoramos mucho más cada hectárea de bosque, cada litro de agua y cada metro cúbico de aire, porque sabemos que se están agotando. Hoy hay más de una ciudad en el mundo en donde, con alguna frecuencia, deben prohibir completamente el tránsito de carros (y a veces el de gente) en ciertos días del año, sencillamente porque ya no hay más aire: Ciudad de Méjico, Tokio, Santiago de Chile.

¿Cuál de nosotros conoce un río donde se pueda uno ir a bañar sin temor a la contaminación? ¿Cuántas hectáreas de bosque primario quedan todavía a nuestro alrededor?

Cuando pensamos que la vida -la nuestra y la de los demás- es infinita, nos dedicamos a desperdiciarla: dejamos abierto el grifo de la vida y, sin darnos cuenta, se nos va por el sifón.

Cuando quitan el agua, nos lavamos los dientes y las manos con medio vaso: cada sorbo es delicioso. Cada gota es "El Agua". Con mayúsculas.

No se trata, que quede bien claro, de hacer aquí un elogio a la hiperactividad, ni de cohonestar el famoso principio de que "el tiempo es oro", sobre el cual, interpretado textualmente, se funda la cultura del éxito en términos de pesos.

Por el contrario, si es del caso, se trata de rescatar ese "derecho a la pereza" que reclamara Paul Lafargue, el yerno de Karl Marx. Se trata de saborear cada instante de actividad y cada instante de soledad y cada instante de compañía y cada instante de pereza, como si cada uno fuera --como de hecho lo es-- único e irrepetible.

Una de las razones por las cuales nos resulta tan dolorosa la muerte de una persona cercana, es por la cantidad de cosas que se quedan sin decirse; por la cantidad de sentimientos que hubiéramos querido haber expresado, pero nunca nos atrevimos a decirlos; por la cantidad de cosas que hubiéramos querido haber oido y nunca nos dijeron; por la cantidad de momentos valiosos que se fueron por el sifón; por la cantidad de caricias que se nos quedaron enredadas en los dedos.

Algunas veces se nos aparecen los muertos en los sueños, y tratamos de asirlos, de retenerlos, de saldar esas cuentas pendientes de afectos, antes de que se desvanezcan en la bruma.

Sin embargo, cuando nos encontramos con los vivos, callamos, aplazamos... Nosotros mismos nos disolvemos. En nuestra propia bruma. En los días no vividos.

Gustavo Wilches-Chaux
Popayán, Enero 25 de 1990