Capítulo 4 del texto titulado "Andando por las ramas - Nuestra llavería con los árboles", escrito en 2005
Nosotros podemos, de manera teórica, representarnos
un árbol como un ente individual, aislado del entorno al cual pertenece, tal y
como aparecen dibujados a veces para ilustrar la letra A en las
cartillas iniciales de lectura. (Al igual que podemos imaginarnos a un hombre o
a una mujer, también aislados de su entorno, ilustrando las letras H y M
respectivamente). Pero en la realidad el
árbol resulta inseparable de su ecosistema e inconcebible por fuera de las
relaciones que lo vinculan a los demás seres que comparten con él ese
ecosistema.
Un árbol es mucho más que
un tronco con raíces y ramas:
El árbol es la luz que lo nutre: Por
medio de la fotosíntesis, el árbol convierte la luz solar en biomasa, es decir,
en materia vegetal. Bien podríamos definir al árbol como energía solar
encerrada en una estructura de carbono y agua. La luz es tan parte del árbol,
como lo es de las mariposas y los colibríes, cuyas texturas tornasoladas –como
su nombre lo indica- se derivan de una simbiosis estética con el Sol.
· El árbol es los insectos, las aves y los murciélagos que lo
habitan y lo polinizan: Nuestras células
reproductoras se transportan por medio del líquido seminal, que sin lugar a
dudas forma parte de nuestro propio organismo, de nosotros mismos. Las células
reproductoras de los árboles se transportan a través de una simbiosis o
relación de mutua ayuda entre los árboles y los insectos, las aves y los
murciélagos que les sirven de polinizadores y que podemos considerar partes del
árbol, dentro de una concepción ampliada del mismo (en la misma línea en que
sabemos que cada uno de nosotros es eso: nosotros y el universo que nos rodea).
Podríamos considerar a los polinizadores como agentes del árbol, como
prolongaciones en el espacio y en el tiempo de su vitalidad. En esa misma
línea, podemos afirmar también que el árbol es el viento que lo mece y
que transporta sus semillas anemócoras a lugares lejanos.
·
El árbol es la vida vegetal y los microorganismos que alberga: Al igual que nosotros, hombres y mujeres de la especie humana,
somos la microflora y la microfauna que habita nuestras vísceras y que es
responsable en gran medida de nuestra salud, y que somos la cantidad enorme de
microorganismos que habitan nuestra piel (ver nota), así el árbol es toda esa enorme
cantidad de vida epífita que vive sobre sus ramas y su tronco, y los
insectos y microorganismos que habitan bajo su corteza, o asociados a su raíz,
o en sus flores y frutos. Pero además, el árbol es la enorme cantidad de
interacciones que se presentan entre esas especies. Como se sabe, en el
Amazonas colombiano existen árboles que sirven de hábitat a más especies
vegetales que las que poseen en todo su territorio varios países de latitudes
templadas. Esa franja privilegiada para la vida en la Tierra que es el trópico húmedo (o más exactamente la llamada zona ecuatorial o intertropical), permite que allí existan árboles que constituyen verdaderos fractales
de esa biosfera de la cual forman parte.
El Árbol es el agua que recoge: Bien
sabemos que el agua constituye el ingrediente principal de la vida, lo cual
incluye a la vida vegetal. El agua es, junto con el gas carbónico, uno de los
dos “hilos” con los cuales las plantas, en la fotosíntesis, tejen esa “mochila”
en donde encierran la luz solar. “Mochilas” que, una vez cargadas de energía
del Sol, reciben el nombre de hidratos de carbono, tales como la
celulosa, el azúcar y el almidón.
·
El Árbol es el agua que transpira: A
través de las plantas, mediante el proceso conocido como transpiración, los
árboles envían agua a la atmósfera terrestre, lo cual determina que los árboles
sean uno de los factores decisivos para la humedad de un lugar (y que en una u
otra forma contribuyan también a definir el nivel freático o profundidad
de agua subterránea en ese lugar).
·
El Árbol es el suelo que lo sostiene y que ayuda a sostener: Nos encontramos aquí ante lo que podríamos denominar una simbiosis
mecánica entre el suelo que le sirve al árbol de soporte (tanto en términos
físicos como biológicos, pues el suelo, más que un mero piso es, entre
otras cosas, la base de su nutrición) y el árbol que, con sus raíces, amarra
ese mismo suelo y contribuye a mantenerlo en su lugar. Entre otros servicios
que el árbol le presta al suelo, está también el de protegerlo con su follaje
de la erosión. Entre los servicios que el suelo le presta al árbol, está la
función que cumplen las micorrizas o “redes de hongos”, en la producción
de las condiciones que garantizan su regeneración, al igual que el papel de los
microorganismos en la descomposición de la materia orgánica “marchita” que se
deposita sobre el suelo, gran parte de la cual proviene de los árboles.
· El Árbol es la sombra que produce: Es
posible que solamente apreciemos el valor de la sombra en toda su magnitud,
cuando en un día de intenso Sol, encontramos protección contra la luz cegadora
y contra el calor bajo las ramas de los árboles. Existen en Colombia ciudades
privilegiadas, como Gigante en el Huila y Santander de Quilichao en el
Cauca, en cuyos parques existen árboles
centenarios que los cubren como un gran paraguas, para no citar al famoso
ciprés “Alhuehuete” o árbol de El Tule en Oaxaca, México (Taxodium
mucronatum según Tenore y T. disctichum según Humboldt y Bonpland),
uno de los seres vivos más longevos (400 años) y de mayor tamaño que habitan este
planeta, y cuya copa posee una extensión cercana a los 45 metros de diámetro y
cuyo tronco posee un perímetro aproximado de 34.25 metros a cordel tirante
(para una sección aproximada de 59.50 metros cuadrados de área)[1]. Los cafeteros
“tradicionales” colombianos, entre otros agricultores, saben también el valor
del sombrío para la producción.
·
El árbol es las “malezas” que lo rodean: No sólo las plantas epifitas que viven sobre los
árboles, o los animales de distintas especies que allí tienen su hábitat,
constituyen parte del árbol. Dentro de esa “concepción ampliada” a que hicimos
referencia en párrafos anteriores, también las especies que a veces –debido a
nuestra ignorancia sobre su verdadera utilidad- reciben el calificativo de
“malezas”, forman parte de la vida del árbol. En muchas de esas “malezas”
anidan o se alimentan las especies que hacen el papel de polinizadoras de los
árboles, o bajo los arbustos y matorrales las semillas encuentran las
condiciones de humedad, temperatura y luminosidad necesarias para germinar (o
los hongos y demás especies que a veces se requieren para “disparar” la
germinación). Es también, bajo las hojas secas o en descomposición, rodeadas
generalmente de “malezas” que facilitan esa descomposición, en donde el suelo
se encarga de invertir la dirección de la flecha del tiempo y de convertir la
muerte en ingrediente de la vida.
El árbol, nosotros y la telaraña de la
vida en la Tierra
El
siguiente párrafo de Carl Sagan en su libro “Cosmos”, resume la relación
existente entre los árboles y nosotros, como partes complementarias e
interdependientes que somos, de una misma telaraña de vida en la Tierra:
“Los
hombres crecieron en los bosques y nosotros les tenemos una afinidad natural.
¡Qué hermoso es un árbol que se esfuerza por alcanzar el cielo! Sus hojas
recogen la luz solar para fotosintetizarla, y así los árboles compiten dejando
en la sombra a sus vecinos. Si buscamos bien veremos a menudo dos árboles que
se empujan y se echan a un lado con una gracia lánguida. Los árboles son
máquinas grandes y bellas, accionadas por la luz solar, que toman agua del
suelo y dióxido de carbono del aire y convierten estos materiales en alimento
para uso suyo y nuestro. La planta utiliza los hidratos de carbono que fabrica
como fuente de energía para llevar a cabo sus asuntos vegetales. Y nosotros,
los animales, que somos en definitiva parásitos de las plantas, robamos sus hidratos
de carbono para poder llevar a cabo nuestros asuntos. Al comer las plantas
combinamos los hidratos de carbono con el oxígeno que tenemos disuelto en
nuestra sangre por nuestra propensión a respirar el aire, y de este modo
extraemos la energía que nos permite vivir. En este proceso exhalamos dióxido
de carbono que luego las plantas reciclan para fabricar más hidratos de
carbono. ¡Qué sistema tan maravillosamente operativo! Plantas y animales que
inhalan mutuamente las exhalaciones de los demás, una especie de resucitación
mutua a escala planetaria, boca a estoma, impulsada por una estrella a 150
millones de kilómetros de distancia.”
No
vamos a pretender ser exhaustivos en el análisis de las múltiples interacciones
existentes entre los árboles y los demás seres que conforman la biosfera y que
participamos de esa única telaraña que le otorga a nuestro planeta su condición
de organismo vivo. Queremos sí, a manera de ejemplo, mencionar como un indicio
de “unidad” entre todos los seres vivos, y particularmente entre nosotros y las
plantas, el hecho de que existan en estas últimas, lo que los científicos
denominan “principios activos” y los sabedores tradicionales llaman “poderes”,
capaces de actuar sobre nuestro organismo y de curar nuestras enfermedades (o de
estimular a nuestros organismos para que ellos mismos se curen) o, como hacen
los enteógenos (esas plantas capaces de “despertar a Dios” o “que
tienen a Dios adentro”), capaces de abrir la mente humana hacia dimensiones
no convencionales. ¿Cómo podría eso ser posible, si no existiera un parentesco
estrecho entre todos los seres vivos, sin importar inclusive que unos
pertenezcan a un “reino” y otros a otro?
Continuará...
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1 comentario:
Preciosa reflexión.
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